2020, el año fantasma (y lo que te rondaré, morena)

Mi relación con mi blog personal es, desde hace un par de años, como si fuéramos amantes a distancia. Nos vemos una vez al año y ya está bien, que tampoco hay que pasarse. Así que suelo aprovechar para hacer una especie de balance del año anterior. No porque a alguien le vaya a interesar (o sí, quién sabe), sino más bien como manera de desahogarme.

Y por supuesto, si hay que hablar de 2020, aunque lo odie, toca hablar del tema estrella y de cómo ha hecho que 2020 haya sido poco más que un año fantasma. Un año que ha pasado lento porque durante mucho tiempo todos los días parecían iguales. Pero que, al mismo tiempo, cuando lo piensas, dices «¿cómo es posible que ya haya pasado un año?».

2020 comenzó bien…

Muy bien, de hecho. Pasamos fin de año en Berlín y fue todo un acierto. Tuvimos dudas de si volver a Japón, pero ya habíamos estado mucho en 2019 y también teníamos mucha experiencia pasando estas fechas allí. Así que la duda estuvo entre Nueva York y Berlín. Pero en Nueva York también habíamos pasado un fin de año y yo además había estado bastantes veces mientras trabajaba en Google. Y Berlín no lo conocíamos ninguno.

Un buen hotel, que además nos hizo upgrade de la habitación, mucho transporte público (que a mí siempre me gusta), mucho paseo, rutas de graffiti planificadas por nosotros, muchas currywurst, cenas especiales, muchos petardos en Nochevieja y mucha locura, mucho museo y hasta excursiones fuera de Berlín. Una maravilla, vaya.

Luego llegó la Semana Blanca y nos fuimos a Londres. Y en pocos días hicimos más cosas que cuando vivíamos allí. Cómo se nota ir de vacaciones a estar con la vida normal. Fue un viaje de teatros y algo de frikismo. Estuvimos en los estudios de Warner Bros viendo la exposición de Harry Potter y nos encantó. Pero además aprovechamos para ver musicales (The Lion King y, sobre todo, Hamilton, al que teníamos muchísimas ganas). Y además, vimos las dos partes de la obra de teatro Harry Potter: The Cursed Child. En definitiva, nos lo pasamos como enanos.

Tras esto, en marzo yo tenía un viaje a Japón para ver el comienzo de la ruta de la antorcha olímpica por el país, lanzábamos nuestro libro «Japonismo, un delicioso viaje gastronómico por Japón» y teníamos ya varias presentaciones marcadas en el calendario, empezando por la FNAC en Madrid. Luego, había otro viaje más a Japón en Semana Santa, en familia, y otro a finales de abril, en pareja, para la boda de unos amigos. Más el viaje largo de verano que ya teníamos medio planificado.

Y llegó lo que llegó y todo se fue al traste. Confinamiento, cierres, negocios a cero, mascarillas, miedos, incertidumbre… Y así hasta hoy

Incertidumbre y fatiga pandémica

Creo que algo de lo que más me ha afectado, y me afecta sobre todo ahora, es la incertidumbre. No saber cuándo vamos a salir de todo esto, aunque a estas alturas haya más esperanzas gracias a las vacunas. Y la incertidumbre de no saber si tu negocio, tu medio de vida, se recuperará. Y todo eso a pesar de haber estado trabajando más que nunca para estar preparado para cuando las cosas se arreglen.

Pero sobre todo, incertidumbre ante las informaciones contradictorias. Que si ahora llevar mascarillas es de idiotas. Que si ahora son interesantes pero no hace falta llevarlas. Ahora son obligatorias en todas partes. Que si qué bien lo hacen por ahí fuera y qué malos somos. Que si vas a matar a tu abuela si le das un abrazo. O vas a matar a media humanidad por estar en una terraza tomando algo. Que si 17 conjuntos de medidas diferentes en función de en qué región vivas. Y medidas que cambiaban, a veces, de una semana para la siguiente.

Y siempre, para quitarse la responsabilidad, «basadas en la ciencia y los expertos». Pero a los ciudadanos no se nos cuentan esos criterios ni se nos dan explicaciones claras de por qué unas medidas y no otras. Por no hablar del «es que la ciencia cambia». Claro, porque las mascarillas son objetos tecnológicos novedosos que jamás se han usado y sobre los que no se conoce su efecto en afecciones respiratorias.

En serio, es que cansa. Y como siempre parece que lo hacemos todo mal, siempre tenemos la culpa de todo. Eso dice mucha gente. Pero siempre son los demás los que lo hacen mal. Esta pandemia ha permitido ver clarísimos ejemplos de lo que los filósofos morales llaman grandilocuencia moral o moral grandstanding. Como en las redes sociales nos lee mucha gente, vamos a decir cosas que nos sitúen por encima de los demás, en un plano de superioridad moral. Porque yo sí que me preocupo de los muertos y tú no, que eres un insolidario.

Todo esto causa fatiga pandémica. Si cada día tienes medidas diferentes, si hagas lo que hagas todo está mal y no hay criterios claros, acabas sintiendo que nada de lo que hagas sirve. Y entonces te cansas. Y eso puede hacer que mucha gente acabe haciendo caso omiso de las medidas de los gobiernos. Cuando lo que queremos es, justamente, lo contrario, que se respeten.

Hablando de respetar, es curioso que siempre pensemos que somos lo peor en todo. Hay países que no han tenido medidas tan estrictas ni obligación de mascarillas. Y en los que sus ciudadanos han salido de fiesta tanto o más que en España. Pero sin embargo se ponen como ejemplo, cuando aquí la gente se ponía la mascarilla hasta para caminar por la orilla de la playa. Es que es ridículo. Y así pasa, que hay gente que ve personas en la calle, con mascarilla y al aire libre, donde no se ha comunicado ningún brote de virus, y sin embargo entran en combustión espontánea. «Insolidarios, vergüenza, nos queréis matar a todos».

¿Y el resto de patologías y la salud mental?

Esto me lo pregunto desde hace meses. Porque todos esos que se dan golpes en el pecho y están más concienciados que nadie, seguro que ni saben cuánta gente muere en España cada año ni de qué patologías. Porque son muchos los que te dicen que eres un irresponsable si quieres salir aunque sea un poco, si quieres tener algo de actividad fuera de casa o ver a tu familia. Y es que, como decía antes, esa gente te dice que «ahora no toca, lo que toca es salvar vidas».

Pero claro, vuelve a ser un claro ejemplo de la grandilocuencia moral. Cosas que se dicen de cara a la galería, para sus audiencias. Porque en España mueren más de 400 000 personas (antes del coronavirus). Y jamás he escuchado a nadie de estos pedir que se pare todo, que se deje de tener actividad, o que se limite nada. Evidentemente, se intenta tener cuidado, se ponen leyes para controlar ciertas cosas, pero se permite que la gente siga viviendo.

Además de que no hay que olvidar que todo este tiempo de pandemia afecta, y mucho, a la salud mental. Hay datos que muestran que hay un incremento en el número de suicidios y en el uso de antidepresivos y ansiolíticos, incluso entre niños (de lo que hablo luego). De hecho, estando confinados, un día vimos desde la terraza que había ambulancias justo donde vivimos. Y vimos un bulto tapado con una sábana. Y al mirar a la terraza del vecino de un piso más abajo, vimos a alguien de la policía científica tomando muestras de la barandilla. Nos dejó con el cuerpo flojo desde entonces.

Falta de empatía y adalides del confinamiento

¿Y qué ocurre con la gente que tiene sus negocios a cero y los que viven al día sin ahorros? Que pensar en salvar vidas está muy bien, pero cuando la gente no tenga con qué pagar su alquiler o hipoteca y le echen a la calle, o no tenga comida con la que alimentarse y alimentar a su familia, ¿entonces qué?

Todo eso va a causar muchas muertes también. No olvidemos que la pobreza mata más que ninguna otra causa. Pero esas muertes parecen no importan. Porque cuando ocurran, habrán pasado bastantes meses. Y todos esos concienciados no dedicarán ni un sólo pensamiento a todos esos muertos. Porque esos «no cuentan», ya que no estarán en las noticias ni será de lo que se hable, con lo que no habrá que mostrarse solidario para sentirse moralmente superior.

Por eso molesta tanto cuando ves a tantos que lo único que saben pedir es que nos confinen otra vez. Porque además, sí, baja la incidencia pero no hace que el virus desaparezca. Y cuando se desconfina, la incidencia vuelve a subir. Y es que lo que muchos no se dan cuenta es que sus soluciones son simplistas y maniqueas. Quedan muy bien en 280 caracteres en Twitter para conseguir retuits pero son poco realistas.

Y es que no podemos confinarnos todos. Hay muchos servicios esenciales que deberían estar abiertos. Y esos servicios esenciales necesitan de muchísima gente en industrias asociadas para funcionar. ¿Quieres tener abierto el supermercado? Genial, pero no es sólo que trabajen los reponedores y cajeros. También los transportistas, los que empaquetan los productos, los que los generan, los que hacen mantenimiento de los camiones que transportan la mercancía, por si tienen problemas, los que fabrican las piezas para esos camiones o para la maquinaria agrícola para poder llevar el producto final al supermercado. Y así con otros sectores. Al final, muchísima gente que sigue haciendo que el virus no desaparezca. Así que no, no es una solución «confinarnos todos un par de meses».

Por no decir que, durante esos dos meses, ¿de qué viven los que no puedan teletrabajar o no sean funcionarios? Porque esta pandemia ha dejado patente una brecha de empatía. Y es que mucha gente está encantada con la idea de trabajar desde casa y en pijama, porque siguen cobrando lo mismo y encima no tienen ni que ir a la oficina. O como pasó durante el confinamiento, muchos funcionarios (no de los que estaban en hospitales o en trabajos esenciales) estuvieron en casa encerrados sin trabajar y sin dejar de cobrar. Así yo también pido confinamiento, claro. Aunque es más fácil pedirlo cuando se es un sociópata y un misántropo, que es lo que parece que son muchos.

Los trabajos precarios frente a la irresponsabilidad personal

Como decía en otro punto, en España estamos siendo más respetuosos con las normas que en muchos otros lugares. Y eso a pesar de la arbitrariedad de muchas de ellas, como lo de tener que llevar la mascarilla incluso aunque estés de paseo por el monte sin nadie a tu alrededor. Hemos convertido estar en la calle al aire libre en algo peligroso. A pesar de que consideramos que en los colegios las clases tienen que tener ventilación para evitar contagios, a pesar de que las aulas son espacios con paredes y techo. Pero si estamos en la calle al aire libre, entonces la gente se vuelve loca y tacha a todo el mundo de irresponsables.

Pero a poca gente he leído criticar las condiciones precarias de muchos trabajos como fuente de brotes. Porque si los gobiernos se pusieran serios, se podría atajar esto de mejor manera. No hay más que ver dónde empezó la segunda ola en España. Huesca y Lleida, en explotaciones agroalimentarias, por temporeros que trabajaban de sol a sol, sin mascarilla y luego vivían hacinados. Gente que, además, si no va a trabajar no cobra, con lo que aunque no se encontrara del todo bien, seguía yendo al trabajo.

O mirad lo que pasó en Vic, la ciudad que tuvo el récord de casos a pesar de no ser un gran centro turístico y no tener una gran densidad de población. Pero, ¿qué tiene Vic en grandes cantidades que no haya en otras partes? Pues mataderos por doquier y una industria cárnica muy importante y extendida. Curioso, ¿verdad?

El caso de Extremadura de la tercera ola también es paradigmático. Los pobres no tienen ni trenes para conectar con Madrid y no se puede decir que la densidad de población y el turismo hayan hecho que sean la comunidad con la mayor incidencia a principios de enero de 2021. Y con diferencia. Ni tampoco la irresponsabilidad, porque si se miran las gráficas, los contagios suben a partir de finales de noviembre. No entre 7 y 10 días después del puente de diciembre. No después de Navidad ni después de Nochevieja. No, a partir de finales de noviembre. ¿Y qué ocurre en esas fechas? Curiosamente, es época de matanza.

Por supuesto, las terribles condiciones laborales con temporeros en la industria agroalimentaria ha causado brotes en otros países. Pero aquí miramos para otro lado. ¿Campaña de la aceituna? No, que la gente se junta en mayor número del permitido. ¿Campaña de recolección de naranjas? No, cómo va a ser eso, son los que se toman algo en una terraza.

Y sin tener que irnos a esa industria, mucha gente trabaja con decenas de personas en oficinas donde el espacio es reducido. Y en muchos casos, sin mascarilla, además de que se come con el resto de compañeros y se pasan más de 8 horas al día con desconocidos. Pero eso no es un problema, al parecer. La gente, si se contagia, es porque sale de fiesta y es una irresponsable. Cansa, en serio. Sobre todo porque aleja la solución. O la fía exclusivamente a la vacunación y la inmunidad de grupo.

Los pobres niños

Otra brecha que ha mostrado esta pandemia ha sido entre los que tienen niños y los que no. Porque los que no tienen niños poco menos que los han demonizado. Y les parece genial que se les torture, porque lo que se les ha hecho a los niños en España ha sido terrible.

Ningún otro país ha tenido un confinamiento tan estricto. En todos los países donde hubo confinamientos al menos se permitía salir a pasear y que los niños también salieran. En España esto no fue así. Y los niños, metiditos en casa durante dos meses sin ver la calle. Debe ser que los niños no sufren enfermedades mentales. Pero ya ha quedado claro que las enfermedades mentales no son importantes para los que gritan «confinamiento».

Tanta gente que, cuando por fin pudieron salir los niños, gritaban a los cuatro vientos que sería el fin del mundo. Y no lo fue. Y que cuando comenzó el curso en septiembre volvían a decir lo mismo. A pesar de que no hay pruebas de que sean vectores de contagio. Pero da igual. Cada vez que hay datos negativos de contagios, una de las primeras cosas que se dicen es «hay que cerrar los colegios».

Eric feliz cuando pudo volver a salir
Con una foto basta para este post: Eric feliz cuando pudo volver a salir.

Tenemos a los niños, en muchos casos, en clases con mamparas para que no tengan contacto. Se les obliga a comer en silencio no vaya a ser que se contagien y que se vuelvan un virus con patas que maten a toda la humanidad. No se les permite jugar con otras clases ni tampoco entre ellos. Y en muchos casos, pasando un frío tremendo en clase para que haya ventilación.

Y siguen aguantando, sin quejarse, sin montar manifestaciones ni pollos, sin levantar la voz. Pero todo esto no nos pasa factura mental sólo a los adultos.

En fin, estaba claro que necesitaba desahogarme porque estoy muy harto. Del virus en primer lugar, evidentemente. Pero una vez que llega, sólo queda tirar adelante y esperar que puedas llegar al otro lado con el negocio todavía con vida y sin la cabeza destrozada.

Y en segundo lugar, sobre todo, de listillos, de gente con falta de empatía por sus semejantes y de santurrones que sólo buscan ponerse medallas en el foro público que son las redes sociales. Porque esto si que no era necesario y sin embargo ahí siguen.

Tan harto, tan cansado y tan frustrado que el día que Pfizer comunicó que tenía una vacuna que era efectiva, incluso sabiendo que aún tenían que presentar datos oficialmente, que aún tenían que pedir autorización (y que había que concedérsela o no), que había que fabricarla y distribuirla y vacunar. Incluso sabiendo que quedaba aún para ver el final de todo esto, en ese momento me eché a llorar.

Luis
Luis

Luis es el fundador y director de Japonismo.com, la mejor página web sobre Japón. Tiene un máster en estudios contemporáneos de China y Japón y además es ingeniero de telecomunicación. Antes de dedicarse a Japonismo fue program manager en Google, en Londres.

Artículos: 510

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies