El Enola Gay, pese a un nombre tan aparentemente normal, evoca destrucción y muerte y está irremediablemente asociado a uno de los episodios más oscuros de la humanidad. Tal día como hoy, pero de hace 67 años, aquel 6 de agosto de 1945, nadie sospechaba en la ciudad japonesa de Hiroshima lo que estaba a punto de ocurrir.

A las 8:15 de la mañana explotó, a 600 metros de altura, Little Boy, la mortífera carga del bombardero Enola Gay, pasando así a los anales de la historia como el primer ataque nuclear. El número de víctimas fue tremendo, la ciudad quedó arrasada en más de un kilómetro y medio a la redonda, y las secuelas físicas y mentales siguieron afectando a la población durante muchos, muchísimos años.
En un día como hoy, me gusta recordar este hecho, quizás porque hace 5 años estuve, el día del aniversario de la bomba atómica, en Hiroshima, y esa experiencia te marca. Marca ver tan de cerca los efectos de la bomba. De hecho, el año pasado ya hablé en Japonismo de la ceremonia del tōrō nagashi, en la que se colocan miles de farolillos de papel en el río Motoyasu para guiar a los espíritus de los muertos al más allá.

Y dos años antes de visitar Hiroshima tuve la oportunidad de ver en directo el Enola Gay, que está expuesto en el Steven F. Udvar-Hazy Center, al lado del aeropuerto de Washington Dulles, y que es la extensión del famosísimo National Air and Space Museum del Smithsonian.
Verlo tan de cerca impresiona, de verdad. Y me alegro de que esté ahí, y de todos los sentimientos que provoca. Porque me gusta pensar que eso ayuda a que no repitamos cosas así nunca más.