Hace poco tuve la suerte de estar involucrado en un proyecto que implicó viajar a Zúrich. Y aprovechando que era mi primera vez allí y que me habían hablado muy bien, me quedé un par de días extra para poder ver un poquito más la ciudad.
Tuve la suerte de quedar con un par de amigos la primera noche, con los que pasé 5 horas paseando por la ciudad y hablando de la vida en Zúrich y en Suiza, además de cenar y tomarnos unas cervezas (y que me recomendaran buen chocolate para la vuelta). Y, además, tuve la suerte de poder quedarme en casa de un compañero de trabajo que vive allí y con el que hice excursiones interesantes tanto por Zúrich como por Lucerna y alrededores.
Mi primer punto de interés fue la Zurich HB o Zurich Hauptbahnhof. Estación central, para entendernos. Allí quedé con estos amigos, fui al hotel, me puse (algo) guapo y salimos a pasear. De ahí fuimos a Lindenhof, una de las partes más antiguas de la ciudad desde donde se tienen preciosas vistas del río Linmat y de la colina opuesta, donde se encuentra, entre otros, la ITH o Universidad Politécnica.

Bajamos y seguimos caminando paralelos al río hasta llegar a Bellevue, un lugar precioso que concentra una gran cantidad de líneas de tranvía (os podéis imaginar lo emocionado que estaba).


Allí, un breve paseo nos llevó hasta Sechseläutenplatz, donde está, en un extremo, la Ópera de Zúrich y pude ver las sillas que hay en la plaza, para que la gente se siente. Lo curioso es que estás sillas se pueden mover, pero siempre de dos en dos. Así que es una manera de fomentar o las relaciones de pareja o nuevas amistades.

Allí volvimos sobre nuestros pasos, paseando paralelos al canal Schanzengraben, donde se estaba la mar de bien, gracias a una temperatura algo más baja que en el resto de la ciudad. Las aguas eran cristalinas y era una gozada pasear por allí. Llegamos hasta Rimini Bar, un curioso bar por las tardes que, por las mañanas, es un baño para hombres.

Cruzamos entonces el otro río, el Sihl, pudiendo ver cómo pasa por debajo de la estación central, lo que hace que la estación en sí y sus muchísimas vías sean todo un prodigio de la ingeniería y nos fuimos a cenar ramen. Quién lo iba a decir, cenar un tonkotsu ramen en el centro de Zúrich. Luego, una cerveza cerca de mi hotel y una despedida, en la estación, aprendiendo más sobre las obras de renovación que se hicieron allí y cómo los accesos a las nuevas vías sostienen los pilares cortados de la antigua cubierta de la estación. Muy curioso. Y, por supuesto, ni que decir tiene que la salida de la estación que da a la Banhofstrasse, la calle más importante de la ciudad, es preciosa. No es la entrada principal pero sí la más bonita.

El día de mi evento pude visitar las antiguas oficinas de Google allí, que son una maravilla y están llena de cosas curiosas que ver. Aunque de esto, evidentemente, no tengo fotos y me quedo el recuerdo en la retina. Luego estuve en las nuevas oficinas, en la zona de Europaalle, unos nuevos desarrollos que se están construyendo paralelos a las vías que entran en la estación central. De hecho, desde la terraza de una de las plantas se pueden ver los trenes. Y la propia oficina tiene temática ferroviaria. Parece que me estuvieran diciendo «vente a trabajar a Zúrich» :)
Al día siguiente visité sólo el exterior del Museo Nacional Suizo, que me lo habían recomendado por su mezcla de arquitectura clásica y moderna, y la verdad es que no defrauda.


De allí caminé ya con mi compañero hasta el funicular Polybahn, que con un trayecto cortito salva el desnivel desde el río hasta la zona donde está la ITH o Universidad Politécnica.

Aquí hay otro mirador, opuesto al que había visto un par de días antes, pero las vistas, eso sí, siguen siendo magníficas.

De aquí nos acercamos paseando hasta Altstadt, el casco antiguo de la ciudad. Muchos restaurantes y mucho turista, cosa que, como me comentaban, se puede comprobar viendo quién come fondue con ese calor. Si alguien lo hace, es turista fijo. Por aquí llegamos hasta la Grossmünster o catedral, preciosa, aunque cerrada ese día, con lo que no pudimos subir al mirador. Pero desde allí tuvimos vistas preciosas del río Linmat, los puentes y tranvías y de todo.

Pero seguimos caminando y nos acercamos hasta el restaurante Bauschänzli, un lugar curioso sin muchas pretensiones sobre una isleta en el río Linmat, casi donde se junta con el lago Zúrich o Zürichsee. El sitio es de coger tú la comida y sentarte donde puedas, pero allí se estaba fresco, al aire libre y muy cómodo. Todo un acierto.

Continuamos con el paseo, pasando de nuevo por Bellevue pero yendo más allá. Paseamos por el parque que hay paralelo al lago hasta llegar al curioso Jardín Chino y a interesantes esculturas cerca del agua.

Pero aquí cerca, lo que me encantó, sobre todo, fue la casa de Le Corbusier. Y es que, como sabéis, me encanta la arquitectura y ver aquella casa fue una maravilla.

Seguimos paseando luego y nos fuimos a tomar un café enfrente casi del Ayuntamiento, también pegado al río Linmat. Y de allí, excursión. Primero tranvía a la estación central, luego tren a Adliswil y de ahí teleférico a Felsenegg. Desde aquí se tienen unas vistas maravillosas del lago y de los alrededores de Zúrich. Sinceramente, quitan el sentido.

Y se puede ir caminando hasta Uetliberg, donde encontramos el Planetenweg o Camino de los Planetas, donde hay esculturas a escala real de los planetas del sistema solar y que están separadas por la distancia apropiada, también a escala, unos de otros. Eso sí, hasta aquí no llegamos, que nos quedamos en el restaurante que hay en lo alto de Felsenegg a tomar una cerveza con vistas (hasta de un arcoiris) y algo de cenar.

Al día siguiente madrugamos, porque nos tocaba excursión. Fuimos hasta la vecina Lucerna, que se tarda bien poquito y, desde allí, visitamos el Museo Suizo del Transporte. Para un loco como yo del transporte público, un museo así es una maravilla. Pero antes del museo, vimos un poco el lago, el río Reuss y el precioso puente Kapellbrücke. Maravilloso.


Había una sección de trenes, con una explicación muy detallada y a escala de todos los trabajos realizados en el túnel de San Gotardo, el túnel ferroviario más profundo y largo del mundo, recientemente abierto. Había además tranvías antiguos, cabinas de funiculares, y hasta un simulador de un Giruno, un modelo EC250 de Stadler.

De aquí a la zona especializada en coches con una genial exposición de coches de todas las épocas. Luego estaba la zona de barcos que también incluía góndolas de teleféricos y, en el exterior, el histórico submarino turístico creado por los Piccard para la exposición nacional de Lausana en 1964.



Al lado, estaba la zona de los aviones. Espectacular poder subir a un avión de hace ya algunos años y ver de cerca un Douglas DC-3, pero no menos espectaculares eran los simuladores (de un caza y de un helicóptero). Subimos al del caza y en él podías hacer todo tipo de maniobras. Nosotros hicimos tres toneles, poniéndonos totalmente boca abajo y disfrutando como enanos. Interesante también la zona dedicada al espacio, aunque por supuesto, mucho menos impresionante que lo que pude ver en el Air and Space Museum del Smithsonian en Washington, DC.


El planetario y el IMAX del museo ya no lo vimos, porque nos habíamos pasado horas y horas allí y teníamos otros planes. Pero sin duda, este museo es para estarse días enteros. Y tanto niños como mayores lo disfrutarán a tope.
El siguiente paso era hacer otra excursión, también con varios medios de transporte. Podéis imaginar lo mucho que me gustó este viaje, claro. El destino era el monte Pilatus o Pilatus Kulm, a 2.132 metros de altitud. Para ello tomamos un trolebús de tres secciones que, como comienzo, ya me encantó. Luego cambiamos a un teleférico, que hacía la subida en tres secciones. Las dos primeras iban seguidas, aunque con una estación intermedia donde la gente podía bajar o subirse, con góndolas de hasta 4 personas.

Para la última etapa, mucho más inclinada, se utilizaban grandes góndolas con capacidad de 55 personas y que funcionan cada 15 minutos. Teníamos miedo de no ver nada, porque cuando estábamos a punto de llegar a la cima, atravesamos una densa capa de nubes y pasamos de tener vistas maravillosas a no ver nada. Pero luego el cielo se abrió, por fortuna.

Una vez en la cima, un pequeño paseo para subir a los puntos miradores y para tomar una cerveza con vistas a los valles de la zona. Aquí, de nuevo, tuvimos la compañía de las nubes. Hubo momentos en los que sólo se veía una parte porque la restante estaba cubierta, pero las nubes se movían tan rápido que no hubo problemas.


Y para la vuelta, un funicular precioso. Pero no cualquier funicular, ya que el Pilatus-bahn es el funicular más empinado del mundo con un 48% de desnivel (al menos hasta 2018, ya que en el Museo del Transporte tenían las cabinas de uno nuevo que será incluso más empinado y se inaugura el año que viene).

El trayecto es realmente bonito y no paré de hacer fotos, a pesar de que, siendo sincero, todas eran muy parecidas. Pero la naturaleza era preciosa, el tren era precioso y la experiencia, sin duda única. Podría poner cientos de fotos pero creo que con una del trayecto de bajada es más que suficiente.

Tras esto volvimos a Zúrich, donde cenamos y al día siguiente, un pequeño paseo por otra zona de la ciudad que no había visto aún, llena de sitios para salir a cenar, edificios de empresas y demás. Allí vimos curiosas esculturas con forma de cabeza de destornillador, arte callejero con paraguas, la curiosa tienda central de Freitag con contenedores, etc.


Pero de lo mejor de por allí, sin duda, Im Viadukt. Un viaducto sobre el que pasan los trenes pero que se ha convertido en un lugar bastante hipster con tiendas, bares y demás en su parte baja, y pegado también a un parque. Ideal para pasear o ir en bici, mientras ves pasar los trenes por encima.

De vuelta a la estación central, pude admirar uno de los trenes clásicos de los ferrocarriles suizos junto a un tren moderno. En este caso, el precioso tren servía para hacer un recorrido turístico en el que se servía comida a bordo mientras se disfrutaba del trayecto. Me quedé con las ganas de subir a uno de los muchos trenes turísticos que funcionan en Suiza (o incluso a alguno de los tranvías turísticos que me contaron que circulan por allí).

Esto sí que fue lo último que vi y, ya camino al aeropuerto, fui pensando en cómo me había impactado una ciudad que, sin saber muy bien qué esperar, sin duda me enamoró. Aproveché mientras estuve allí para comer platos típicos, para probar los chocolates de Sprüngli y Läderach, para tomar cerveza fresquita, para pasear mucho y, cuando pensaba que ya habíamos caminado suficiente, pasear algo más (me encanta patearme las ciudades). Desde luego, no me importaría volver más veces o, incluso, plantearme algo más. Pero bueno, todo se andará.
Por cierto, todas son fotos de móvil sin procesar ni nada.