Algo que siempre me gustó de la costa vizcaína en el tiempo que pasé por allí casi cada fin de semana era poder pasear por su costa escarpada y admirar las formaciones rocosas mientras veía atardecer.

Y hace poco tuve la suerte de volver a la comarca de Uribe y poder disfrutar, por primera vez en muchos años, de caminos ya hollados por mis pies, de lugares en los que cada paso que daba despertaban un nuevo recuerdo que creía olvidado.

En realidad, un paseo por esta zona podría durar horas y horas, pero si sólo disponéis de un rato por la tarde, podéis hacer como hice yo y caminar desde Meñakoz hasta Barrika.

A Meñakoz llegamos fácilmente con coche desde Sopelana y podemos bajar hasta su playa salvaje de 400 metros y muy frecuentada por los nudistas y también por los amantes del surf, ya que está totalmente abierta al mar.


De hecho, si os fijáis en las fotos, podéis ver cómo el día que estábamos por allí había varias personas intentando coger olas. La cercanía de los acantilados hacía que, incluso visto desde la seguridad que daban los senderos en los que nos encontrábamos, se nos encogiera un poco el estómago al ver cómo algunos surferos se acercaban demasiado a las rocas.

Por el camino pudimos admirar el flysch, unas formaciones que son como un hojaldre de rocas y que están catalogadas como uno de los grandes afloramientos geológicos del planeta. Desgraciadamente, el día que estuvimos por allí la marea estaba alta y sólo de vez en cuando se veía algún fragmento de las formaciones tan espectaculares que encontramos en esta zona de la comarca de Uribe.


Luego, una vez llegados a Barrika, encontramos otra fantástica playa también salvaje de 600 metros con unas escaleras que nos permiten bajar desde la zona del mirador hasta la playa.

Desde aquí pudimos disfrutar de los últimos rayos de luz del sol antes de ponerse por completo antes de partir hacia la cercana Gorliz, uno de los momentos sin duda más bonitos de todo el día y uno de esos atardeceres que se te queda grabado en la retina.


Como podéis ver, no todas las actividades tienen que ser subirse en un 4×4 ni ver castillos que parecen sacados de cuentos como el de Butrón, porque cosas tan sencillas como pasear viendo el mar y los acantilados mientras ves atardecer también hacen que te enamores de un lugar.