A finales de julio Eric y yo fuimos a León a pasar el fin de semana a casa de un amigo, Eduardo, que además de amigo es colaborador en Japonismo. Últimamente está muy ocupado, pero los contenidos de sumo que leéis allí son todos suyos, no en vano es uno de los mayores expertos de sumo en España, con un libro publicado y todo.

Ir de viaje con Eric, y en tren en este caso, siempre es garantía de éxito. No sé de dónde habrá sacado este niño su pasión por los trenes (yo no miro a nadie :D). Eso sí, la idea la hicimos en un InterCity, que más bien era, como bromeábamos Eduardo y yo, un «Intercultural», porque se recorría media España. Pero bueno, no se nos hizo demasiado largo el viaje, entre mirar por la ventana, comer algo, jugar a los trenes y demás…

El plan en León era sencillo: relajarnos y desconectar un poco. Esa primera noche, nada más llegar, fuimos a cenar pizza (que a Eric le encanta, como no podía ser de otra manera) al restaurante Boccalino, que está en la Plaza de San Isidoro y tiene una terracita bien maja desde la que, en teoría, íbamos a ver el espectáculo de luces que se proyecta sobre la Colegiata de San Isidoro, situada en esa misma plaza.
Al final resultó que el espectáculo sólo lo hacen en sábado, a las 23:00 y a las 23:30 (es cortito, de 15 minutos), así que por eso estábamos tan relajados en el restaurante, que según decía Eduardo, se solía poner hasta arriba. Casi mejor, porque nos lo tomamos con mucha más calma. Y Eric, claro, con una chaquetita, que no veáis qué gusto da estar en julio y que refresque por la noche.

Al día siguiente dimos un paseo por el casco histórico de León, y es que aunque en León no hay distancias, si la casa de tu amigo está en pleno centro, aún hay menos distancias :) Pasamos por la catedral, que estaba preciosa, como siempre, aunque por lo que me comentó Eduardo, ahora cobran por entrar. Había una boda, y para que no se colase nadie había una persona apostada a la entrada. Supongo que si no te veía bien vestido no te dejaba pasar, no fuera a ser que quisieras ver las vidrieras y el interior de la catedral sin pasar por caja.

Seguimos dando una vuelta admirando lo bien conservada que está la muralla, hasta que encontramos una fuente. Y es que las fuentes son las nuevas mejoras amigas de Eric. Cómo le gusta ver caer el agua, y mojarse un poco las manos. Y cuando conseguimos convencerle de que íbamos a pasear, hubo que hacerlo diciéndole que íbamos a ver más fuentes. Una, medio escondida en la muralla, que pensábamos que le encantaría, no le gustó, y entonces empezó a decirnos «vamos a buscar otra fuente, pero que no esté escondida». Paseamos por la Plaza Mayor, con mercadillo típico de fin de semana, pero nos quedamos poco porque Eric quería ver fuentes.
Continuamos el paseo por el Barrio Húmedo, famoso donde los haya (aunque a esas horas matutinas no tuviera tanto brío como por la noche), y llegamos hasta la Plaza del Grano, una de las plazas más bonitas de León, aunque con un suelo empedrado antiguo que resulta complicado de caminar. Según parece, lo divertido es apostarse allí y ver pasar a las jóvenes leonesas de marcha con taconazos caminar por esos terrenos. Risas aseguradas, me contaba el hijo de Eduardo :). En esa plaza hay una fuente, claro. Seca, como tantas otras, imagino que en algunos casos por antigüedad y falta de conservación, en otros simplemente por ahorro. Pero a Eric le gustó igual :)

Luego aperitivo, más fuentes, algo de compra de producto local (chorizo ahumado y cecina, what else?) y derechos a comer a la casa en la que pasan el verano los padres de Eduardo, que cuenta con piscina y un montón de cosas más que hacen las delicias de los pequeños de la casa. Y desde luego que nos bañamos, aunque fuera por decir que lo habíamos hecho, porque no hacía tanto calor y nos entró frío pronto.

Nos encantó saber que el padre de Eduardo tenía una maqueta de trenes, de hacía varios años, en una habitación especial de la finca, que no solía abrir. Pero con dos treneros aficionados como Eric y yo, hizo la excepción, y qué pasada… Los dos disfrutamos como enanos viendo la maqueta, cambiando las agujas de las vías y poniendo señales en rojo. Una pasada.

Ya por la noche salimos a cenar de picoteo por los mil y un bares del casco histórico y Barrio Húmedo, para hacer tiempo antes del espectáculo de la Colegiata de San Isidoro. Es fantástico poder cenar a base de las tapas que te ponen con las cervezas (menos Eric, al que le pedimos unas croquetas de jamón en el primer sitio al que fuimos que estaban de vicio). Y Eric quiso que, mientras caminábamos, yo le llevase a hombros. Salvo algunos momentos en los que era él quien llevaba a hombros a su Mickey :)


Cuando llegamos a ver el espectáculo, lo vimos desde el balcón de la casa de los padres de Eduardo, pensando que además así Eric podría ir durmiendo en el sofá y luego ya me lo llevaría en brazos a casa. Pero fue empezar, y ver cómo un pequeño pitufo venía corriendo desde el salón diciendo «quiero ver el pectáculo». Y allí estuvo con nosotros. Debo decir que resulta muy interesante, porque con imágenes y sonidos nos resumen, en unos 15 minutos, la historia de León desde los tiempos del Reino de León a la actualidad. Y las imágenes están especialmente diseñadas para aprovechar las formas de la Colegiata, con lo que no es simplemente la proyección de imágenes sin más, sino que está todo muy estudiado y resulta entretenido.

Eso sí, acabamos tarde, con Eric aguantando como un campeón, así que de allí derechos a dormir. Al día siguiente nos levantamos con unos churros deliciosos para desayunar, que sinceramente, son de los mejores que he probado en la vida. Grandes, esponjosos, riquísimos.
El plan del domingo era relax también, y sabiendo lo mucho que le gustan los ríos a Eric, nos decidimos a dar un paseo tranquilo a orillas del río Bernesga. El paseo es chulo, con carriles bici separados de la zona peatonal, lo que creo que es positivo viendo la experiencia en Madrid Río, aunque se nota que, como en todas partes, el dinero escasea, porque ciertas plataformas que se habían puesto para pescar, estaban ahora con las maderas rotas y carcomidas y la vegetación las había cubierto casi por completo.


No es que tuviera mucha agua ahora el Bernesga, pero a Eric le gustó igual, y allí echamos la mañana. Luego volvimos a comer a la finca de los padres de Eduardo, con otra visita de Eric a la habitación de las maquetas de trenes, y de allí nos fuimos para la estación. La vuelta la hicimos con un Alvia, con lo que en teoría íbamos a tardar mucho menos. Pero estuvimos parados muchísimo tiempo en Valladolid y acabamos llegando más de una hora tarde (aunque luego Renfe se encargaría de decir que llegamos justo una hora, y así sólo devuelven el 50%, no el 100%).

Pero en cualquier caso, nos lo pasamos genial. Así que millones de gracias a Eduardo, su mujer (que se encontró con 2 okupas sin comerlo ni beberlo), su hijo y hasta sus padres, que nos recibieron con los brazos abiertos. Eso sí, ahora tenemos ganas de volver. Que además a mí me hablaron muy bien de unos callos picantes que hacen en uno de los bares de por allí, y se me hacía la boca agua…